Tepic, Nayarit, jueves 28 de marzo de 2024

Petrolizar la política

Salvador Mancillas

23 de agosto de 2013


“Estados Unidos es adicto al petróleo

sin tener un plan real para la independencia energética,

esto es como admitir el alcoholismo y después

faltar al programa de los doce pasos” (de AA).

Barack Obama

Salvador Mancillas

El PRI ha vuelto a Los Pinos con la intención de quedarse una larga temporada, con métodos que combinan la eficacia con el descaro. Para lograrlo, necesita privatizar el petróleo, pues con ello cambiaría de manera radical las condiciones de la política nacional. Después de la eliminación de PEMEX nada será igual para los mexicanos, pero tampoco para la izquierda autóctona, cuya bandera principal ha sido tradicionalmente la defensa del oro negro. En cuanto al PAN, conservador hasta la perversión, pero con afinidades neoliberales con el priismo, está dispuesto a compartir el poder en una alternancia bipartidista, estilo yanqui.

La privatización de los recursos energéticos supone el establecimiento de una clase empresarial especializada en su explotación y dócil a los consorcios extranjeros. No hace falta mucha capacidad de inferencia para establecer que esas familias súper poderosas están destinadas a dictar las normas de la política nacional en todos sus niveles, cuyas decisiones se sumarían a las de las televisoras y otros poderes fácticos actuales. La democracia de multimillonarios, tipo Estados Unidos, está en vías de consolidación. Se trata de un modelo que panistas y priistas han promovido desde hace décadas. Lo ven como sinónimo de “modernidad”, pero la ambición es controlar del petróleo para convertirlo en instancia principal de riqueza privada, de financiamiento y conservación del nuevo status quo.

No les interesa la política para promover el bienestar público. Se trata de convertirla en una especie de club integrado por socios privilegiados, donde el hobby principal es financiar campañas, en una especie de apuesta frívola para ver qué partido logra controlar más piezas del Estado en una “jugada electoral”, o qué jerarca industrial logra imponer a hijos, sobrinos y nietos en alguna posición de alto valor, ―como un escaño en el senado, una gubernatura o inclusive la Presidencia de la República. La izquierda que se preocupa de la auténtica política (tratar de beneficiar a las mayorías), no es rentable; por eso debe desaparecer.

En la democracia liberal norteamericana, ya no hay duques, marqueses, barones, condes, ni príncipes. El viejo sistema nobiliario ha desaparecido para dar paso a uno nuevo, más sport, más campestre, más “democrático”, más cool. Pero tal “democracia” no difiere mucho de la caza practicada por la antigua aristocracia europea, con sus perros de campaña, sus fusiles y la servidumbre cargando el equipo cinegético. Para un yanqui de la clase alta, involucrarse con la gente común y corriente, con la clase media y los pobres de la calle con tal de conseguir votos, es a la vez un juego social rudo, pero también un ritual que sirve como mecanismo de afirmación de clase. Ser aceptado por la mayoría en una elección, es necesario para sentirse plenamente “norteamericano”. Tal es el sistema que desde hace décadas el PRI y el PAN han intentado trasplantar, logrando avances en su objetivo, como la privatización de las paraestatales, con el pretexto de la “innata” ineficiencia de la burocracia. No importan las diferencias culturales entre mexicanos y yanquis. Sólo interesa que, imitándolos y estando de su lado, se pueda retener el poder y ejercer un control neoliberal sobre la política y la economía.

Hombres y mujeres sin nación, con un pasado de emigrantes europeos, especialmente británicos de dudosa calidad moral, ―muchos de los cuales eran asesinos y ladrones rapaces―, los norteamericanos necesitan de mecanismos sociales y simbólicos para purificar su condición histórica y darle esa apariencia profiláctica, algo épica, viril e inocente a la vez (como la psicología de los héroes de sus populares cómics). Para un yanqui, no hay diferencia entre la caza de animales practicada por la nobleza europea, y la caza de votos, de dinero o de indios. Del éxito en cualquiera de ellas, depende su afirmación y el sentido de su propia identidad. Desde hace décadas, muchos mexicanos con complejo de inferioridad han querido, sin embargo, ser como ellos. El señuelo es la “democracia” que supuestamente ellos practican. Se trata, sin embargo, de una forma nueva de despotismo imperial, clasista y racista, cuya base es el estímulo del apetito privado y el consumismo masivo.

Aunque el viejo sistema nobiliario europeo no opera en nuestro continente, la política y el reparto del poder siguen respondiendo a determinaciones de sangre, como en la época medieval. La ciudadanía es un concepto hueco y un mero formalismo para obtener credencial de elector. Nada más. Las relaciones familiares, las dinastías empresariales dominan la política y controlan el Estado, con tal de hacer más relajado su dominio económico. Los Rockefeller, los petroleros Bush, los Walton, los Keneddy son los apellidos más representativos de esa aristocracia parental, muy típica de los Estados Unidos.

Ese modelo ha resultado atractivo para los nuevos ricos de México, generalmente beneficiarios de manera directa o indirecta por el PRI y el PAN (y de la intervención privada en la obtención de energía, fuente poderosa de riqueza). Crear dinastías de supermillonarios capaces de financiar enormes maquinarias electorales, para movilizar a la clase media empobrecida y a la masa lumpen dispuesta a dar su voto por un pedazo tortilla, resulta ser una idea seductora que se ha puesto en práctica desde los tiempos del presidente Miguel de la Madrid, ―padre político del grupo de Salinas de Gortari.

Para crear ricos, hay que vender las empresas estatales. Así se matan dos pájaros de un tiro, pues aparte de hacer ricas a familias corruptas, se obtiene el “adelgazamiento” del Estado, lo que satisface la receta neoliberal: en un país no debe existir ninguna entidad más fuerte que la oligarquía o los poderes de facto, para no arriesgar los controles privados sobre la política. En menos de tres décadas se ha mermado la soberanía sobre el petróleo con medidas disfrazadas de racionales y se han creado ya las primeras familias ricas petrolizadas, cuyos nexos con socios extranjeros, de Europa y Estados Unidos, les han dotado de un inmenso poder trasnacional. Ya tienen capacidad para manipular la “alta política”. Han regresado al PRI a los Pinos. Han creado empresas que han generado activos gracias a su forma de parasitar PEMEX y la CFE. En alianza con el PAN poseen mayoría en las cámaras. Privatizar las fuentes de energía es ya pan comido: Los mexicanos jodidos son como niños, a quienes se les quitará fácilmente el suculento caramelo del petróleo.

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