La muerte de Arias

A comienzos de los 90’s le tocó al Lic. José Luis Barajas Medina ser alcalde de Santiago Ixcuintla y en principio de cuentas, para hacerse cargo de la Dirección de Seguridad Pública Municipal, DSPM, echó mano del capitán primero de infantería, Juventino Hernández, una persona muy tranquila que supo controlar como pudo al pueblo, hasta que el sábado 6 de abril del 91 se metió en una trifulca contra el director de “La Voz de Santiago”, Sr. José Luis Sánchez Carvajal, “El Pupú”, donde sonaron los balazos afuera del interdiario, en Galeana no. 39 norte y a punto estuvo de perder la vida el comandante Ramón Loza Ocampo, quien se batió con el mencionado periodista, resultando ambos heridos. Sánchez Carvajal, por medio del Colegio de Periodistas de México, entabló una demanda ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, que por entonces estaba en manos del ex rector de la UNAM, Dr. Jorge Carpizo Mc Gregor y Barajas Medina, para no atizar más la leña al fuego, decidió remover al militar y trajo como relevo al ex comandante de la Policía Judicial del Estado, PJE, Juan José Arias Aranda, un hombretón cuya recia presencia imponía al respeto y a este infortunado sabueso le tocaría ser víctima de la delincuencia organizada cuando se registró el plagio del rico empresario en maquinaria pesada y agroquímicos, Don Roberto Macías Acevedo. El pueblo era tranquilo, pero no por ello dejaba de ser visitado por miembros del crimen organizado. El procurador de justicia era el Lic. Francisco Javier Romero González, “El Cóleman”, quien había dejado la Dirección Estatal de Tránsito para hacerse cargo de garantizar la seguridad de los nayaritas. En cierta ocasión que fuimos José Luis y yo a realizarle una entrevista, en sus oficinas de la PGJE observé una foto donde “El Cóleman” estaba vaciando al suelo un costal de cocaína, de un aseguramiento que habían realizado sus elementos y “El Pupú” comentó: “ésa no es cocaína, está muy fina; es azúcar, si hubiera sido coca tendría grumos, el polvo no viene muy fino, ni que fuera de Perú o de Colombia”. El caso es que, al término de la entrevista, Romero González le habló por teléfono a su lugarteniente y éste al poco rato regresó con un juego de llaves: Nos fuimos a Tepic en autobús, pero volvimos a Santiago a bordo de un Grand Marquis, de luxe, color tinto, modelo 90, sin placas de circulación. Luego supe que era uno de los muchos vehículos que la PGJE decomisaba a los narcos y mientras sus legítimos propietarios los reclamaban, “los madrinas”, o en este caso algunos directores de periódicos, los traían para su uso exclusivo. Recuerdo que en una parte de la entrevista le pregunté a “El Cóleman” que si en Nayarit no había narcotraficantes ya que en ese entonces se decía que vivían en Culiacán, Sinaloa y en Guadalajara, Jalisco y que a nuestra entidad solamente la usaban como ruta de tránsito, por lo que Romero González se sinceró: “que pasen las veces que quieran, pero que no hagan nada malo aquí; nosotros los dejamos cruzar para evitar represalias, ni el gobierno federal tiene armas adecuadas para luchar contra ellos”. Así de sencillo. Narcos sí había, pero estaban de pasadita… No obstante aquella aparente tranquilidad se vio rota la mañana del domingo 9 de noviembre del 92 luego que varios hombres armados sorprendieron al acaudalado comerciante Don Roberto Macías Acevedo y sin darle tiempo de gruñir a su fiel “Oso”, un fiero perro pastor alemán, lo sacaron de la ciudad a gran velocidad, sin soltar un tiro, entre el espanto de los testigos y el llanto y pánico de las señoras que se dirigían a la iglesia a la misa matinal y observaron la ruda maniobra de los plagiarios. Don Roberto Macías era un millonario comerciante, sus propiedades y negocios no tenían comparación en ese entonces más que con la fortuna de otro mercader exitoso como Don Alfredo Grimm Curiel, sin embargo el hombre era de hábitos sencillos, cada noche en huaraches de cuero, pantalón de vestir y camiseta blanca, cruzaba el portal