Tepic, Nayarit, jueves 18 de abril de 2024

Ideología de derechas y disonancia cognitiva

César Ricardo Luque Santana

07 de Marzo de 2017

Un racista blanco en Estados Unidos-al parecer de clase media- agredió verbalmente a una trabajadora de Walt Mart por su apariencia latina exigiendo que fuera atendido por un trabajador blanco. Racismo aparte, el sujeto le echó en cara a la dama de origen salvadoreño que es una mantenida por el sistema, que él paga sus impuestos del que se benefician a gente extranjera (migrantes) como ella, lo cual evidentemente es falso porque la empleada se gana su sustento con su trabajo y también paga sus impuestos, entre otras razones.

La gente de derecha, muchos de ellos de clase media o pobres, utilizan a menudo esa retórica manida donde se muestran en desacuerdo y hasta contrariados de que se utilicen sus impuestos en la beneficencia pública o el gasto social, en la creencia que se hace mal uso de ellos manteniendo a gente perezosa e incluso alentándola a una vida parasitaria. La filósofa rusa-estadonunidense Ann Ryand es una de las principales ideólogas de ese prejuicio haciendo abstracción de las condiciones sociales de inequidad e injusticia social que provocan la pobreza en amplias capas de la población cuyas esperanzas de ascenso social son cada vez más reducidas.

Curiosamente, ese mismo énfasis que hacen para oponerse a que una parte de los impuestos se canalicen al bienestar social apoyando a la gente socialmente más vulnerable (donde estarían incluidos), no lo hacen respecto a la espantosa corrupción de la clase política enquistada en la alta burocracia quienes se auto-adjudican sueldos y prestaciones desorbitantes, roban de mil maneras los dineros públicos en obras y servicios públicos, en contratos con proveedores, dilapidan el dinero en obras suntuarias, cometen toda clase de fraudes, etc. Tampoco reclaman que los empresarios más ricos evadan impuestos y que incluso tengan el descaro de lavarse la cara con una falsa filantropía ofreciendo caridad con nuestro dinero como consumidores a través del redondeo en las tiendas de autoservicios, con el Teletón y otras estafas de ese tipo. No se indignan pues de la gran corrupción de la clase gobernante, de la impunidad que gozan, de los enormes boquetes que dejan sus pillerías en las finanzas públicas que los contribuyentes terminamos pagando.

Lo más patético de estos pobres y clasemedieros de derechas es que parecen no percatarse que al pugnar por castigar el gasto social se dañan a sí mismos, y cuando se percatan de ello, cuando se dan cuenta de que los partidos políticos con los que ellos se identifican ideológicamente y a quienes invariablemente apoyan en las urnas tomaron medidas que terminan afectándandolos en sus intereses (como pasó recientemente en nuestro país donde se les permite a los patrones poner a medio sueldo a los trabajadores que se enferman o se lesionan), se molestan porque saben que pueden verse en esa situación, pero de todos modos no alteran sus creencias políticas, esto es, siguen apoyando a quienes los perjudicaron y siguen odiando a los que pugnan por un incremento al gasto social tachándolos de populistas o con otros adjetivos insultantes.

¿Por qué los explotados, oprimidos o clases subalternas se identifican con sus verdugos? En parte porque podrían no percibir –sin razón o con ella- una alternativa política viable, pero esencialmente por un fenómeno que se llama disonancia cognitiva, que sería extensiva a los dogmáticos de cualquier ideología. La disonancia cognitiva es por decirlo llanamente, la contradicción o conflicto  que hay entre una realidad dada o un comportamiento específico con un conjunto de creencias asumidas dogmáticamente. En este caso, dicha disonancia se manifiesta cuando alguien apoya a quien lo daña y odia a quien lo quiere beneficiar. Es como un trastorno parecido al masoquismo pero diferente porque no se basa en un placer insano sino en una ignorancia o un temor parecido al chico que bloquea su mente ante una asignatura que le desagrada. Sucede por ejemplo en el aprendizaje de las matemáticas donde el odio a esa materia impide al estudiante comprender sus reglas de operación, su forma de razonamiento, por más que se le explique. En el ámbito laboral, por poner otro ejemplo, un trabajador de derechas no sabe o no le importa que una  prestación legal sea producto de una conquista de los trabajadores y no un acto de generosidad de su patrón. Sin embargo, la mentalidad pequeño burguesa de un asalariado de derecha no le impide disfrutar de ningún derecho laboral, pero tampoco se caracteriza por luchar para defender sus conquistas como trabajador ni mucho menos ampliarlas o profundizarlas.

Esta forma de pensar donde el individuo es incapaz de actuar incluso en defensa propia, refleja una visión distorsionada de la vida donde a pesar de su situación real con carencias económicas, se proyecta ilusoriamente en lo que no es (o mejor dicho tiene) pero que aspira a ser o tener. Por eso se comporta insolentemente cegados por un individualismo o egoísmo a ultranza, por un culto al becerro de oro, con una mentalidad alienada, una pereza para pensar y una ignorancia pasmosa.  Lo peor es que es muy difícil persuadirlos de su error al grado de que son tan pendejos que no son incapaces de reconocer su pendejez. Me explico, si un tipo feo, gordo, calvo (no me estoy describiendo, que conste) le dices que es feo, gordo y/o calvo, ya lo sabe porque se ha visto en el espejo o se ha pesado. Pero un pendejo sin conciencia de clase carece de espejos críticos para ver su verdadera realidad. Su espejo es la fantasía, su imaginación torcida y su pensamiento mágico que le permite ver lo que desea y no lo que realmente es o tiene porque no cuenta con los medios adecuados para ello. Desde luego que todo sujeto sobre-ideologizado cae en esta descripción porque quien se aferra a dogmas y prejuicios no tiene forma de procesar la realidad sensatamente. Para superar estos obstáculos epistemológicos se necesita una dosis de sano escepticismo, una mentalidad más abierta, ser más amigable con la razón y desde luego una actitud ética cribada por la generosidad.

Volviendo al tema de los impuestos, su aplicación principal debe regirse por el interés universal y en ese sentido lo correcto en principio es admitir que quien más gana debe aportar más, que se debe erradicar la corrupción eficazmente desde sus más altos niveles porque ésta es la que más lacera a la sociedad generando toda una serie de problemas que dañan el tejido social. Si se combate sin simulaciones la corrupción de cuello blanco pública y privada acostumbrada a los excesos, a la irresponsabilidad e impunidad, no sólo se evitan que colapsen las instituciones y se dilapide la riqueza de la nación-misma que debe servir para su desarrollo-sino que también se abate la corrupción en niveles inferiores, pues las escaleras se barren de arriba hacia abajo. No estoy diciendo que en la aplicación de los impuestos se excluya a los que más tienen,  para nada, habría sin embargo que determinar que incentivos legítimos se podrían otorgar a los empresarios y productores para apoyarlos en su calidad de empleadores y agentes de la soberanía nacional a través de sus empresas o negocios, e incluso que en un momento dado,  el Estado podría salvar de una bancarrota a una empresa nacional emblemática privada, pública o social), siempre y cuando no se trate de fraudes como los del Fobaproa.

En resumen, no sólo es justificable social, moral y económicamente destinar buena parte de los impuestos al gasto social para incidir positivamente en el bienestar social y en el desarrollo económico del país aplicando los dineros públicos en forma oportuna, pertinente, eficiente y transparente, en el entendido de que dicho gasto es en realidad una inversión en educación, salud, seguridad, etc., que permitirían cumplir adecuadamente al estado mexicano con las garantías sociales e individuales establecidas en nuestra Constitución Política y que vendrían asimismo fortalecer nuestra soberanía como país. Todos tenemos derecho a vivir bien por el mero hecho de ser personas, a tener una vida con decoro, sin sufrimientos innecesarios o evitables. Desde luego, habría que impedir los usos asistencialistas y clientelares que no tienen por objeto elevar la calidad de vida material y espiritual de la población sino manipularla con fines político-electorales, envileciendo la participación política de la gente haciéndoles creer que los beneficios sociales obtenidos no son un derecho sino un acto de generosidad de los gobernantes y que en la práctica perpetúan la desigualdad social.

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