Tepic, Nayarit, lunes 29 de abril de 2024

“El Quinto Sol”

Rocío Alegría Treviño (Cielo)

12 de Diciembre de 2022

Existe la Leyenda en el pueblo azteca, de que cada 52 años, moría el sol, y que llegaría un sol nuevo, para que existiera un renacer y la vida fuera mejor.

Se habían cumplido los 52 años de un ciclo solar, la gente ansiaba la llegada del Nuevo Sol, se abastecían de víveres, agua, ropa, y enseres domésticos que pudieran necesitar. A las mujeres se les protegía, porque existía la creencia de que eran atacadas por seres malignos que llegaban antecediendo al nuevo sol, se escondía a las embarazadas cubriéndolas con máscaras de maguey, para no ser encontradas y a los niños también, pues decían que esos espíritus malignos, se comían a los niños y a las mujeres embarazadas, pues ellos no querían que la gente siguiera existiendo, hacían hasta lo imposible para evitar la llegada del Nuevo Sol.

Esta vez era el Quinto Sol, porque ya habían pasado cuatro ciclos de 52 años y esperaban con temor el Quinto Sol, pues no sabían si éste llegaría o pasaría algún cataclismo y desaparecerían para siempre de la faz de la tierra.

Estando las mujeres escondidas, entre los matorrales y vestidas de color oscuro, para no ser vistas, pues todo era tinieblas, los hombres esperaban sentados, meditando y pidiendo a sus dioses llegara el Nuevo Sol y con él el Renacimiento; una de las mujeres del pueblo, llamada Ixtazú, que estaba embarazada, comenzó a desesperarse de estar escondida, pues comenzaba a sentir que el bebé quería nacer.

Angustiada, se retorcía de dolor y los hombres la amenazaban con matarla si salía, pues era un peligro para todos, se abrazaba a un tronco de árbol, haciendo callar sus gritos. Más era imposible, el bebé ya venía, él quería nacer, todo era oscuro y tenebroso, los espíritus malignos proliferaban amenazando la vida de todos los niños y de todas las mujeres.

Cuidadosamente se acerca la madre de Ixtazú, la abraza con ternura y trata de calmarla. La tierra temblaba, caían rayos por doquier, una densa lluvia comienza a sentirse y el nublado del cielo se acentúa, todo era oscuridad y penumbras, los niños lloraban asustados, pero sus padres los callaban, pues tenían miedo se acercaran los espíritus maléficos y se los llevaran, se decía que los absorbían en su negra boca, haciéndolos desaparecer para siempre. Era un caos enorme, el silencio de las personas, solo hacía que los truenos se escucharan fuertes y cimbraran la tierra, sacudiéndola fuertemente.

Pasaban las horas y no sucedía nada, todo era oscuro, con la lluvia empapando sus cuerpos, Ixtazú, sudaba porque los dolores de parto eran cada vez más seguidos y más fuertes. El brujo se acerca a ella y le dice que se contenga, que ese niño no debe nacer aun, hasta que el Quinto Sol haya nacido. ¿Y cómo hago para detener esto?  ¿Que no ve usted que este niño ya viene al mundo? . . . . 

El Gran Brujo llamado Coatepetzin, no sabe qué hacer, solo se limita a sentarse, envuelto en sus túnicas brillantes, de colores verde jade y rosa brillante, en su cabeza portaba un hermoso penacho adornado con plumas de pavo real y de quetzal, portaba en sus muñecas unos preciosos brazaletes dorados, con rubíes, plata y jade. Calzaba unas sandalias de piel ligeras, adornadas con chaquira y filigrana; en su mano derecha traía un bastón a manera de báculo, hecho de una madera muy especial.

Coatepetzin, se había ganado el cariño y respeto de su pueblo, pues sus conocimientos de medicina y de los astros: ¡Era grandioso! Había llevado a su pueblo en una larga travesía, hasta encontrar un lugar según él destinado por los Dioses, donde había bellos manantiales, ricos árboles frutales e infinidad de animales, que ellos solían cazar para alimentarse.

Era ya muy anciano, pues la experiencia y la sabiduría, se adquieren con la edad, era la creencia de ellos y le respetaban más que a nadie. Además, estaban agradecidos, de que los llevara a un lugar lleno de riquezas naturales, que los habían salvado de morir.

Ixtazú no podía más, metida en una cueva por su madre, el bebé comienza a nacer, afuera todo era caos y desesperación, la gente desesperada, corría tratando de encontrar refugio, pues caían piedras de los cerros que al temblar se desgajaban, en el cielo todo era oscuro, ni siquiera la luna había asomado.

En eso. . . Nace el bebé, era hermoso, fuerte y sano. Ixtazú lo toma en sus brazos y cuando iba a amamantarlo, entra un extraño rayo de  luz radiante, que enceguece a los ahí presentes, de la luz, se forma la figura de un gran guerrero, convirtiéndose en un bello joven, de cuerpo alto y bien formado, ataviado con  ricas ropas, demostrando ser poderoso, sus túnicas eran de sedas finas, de colores azulados y verdosos, entreverados con hilos de oro y plata, unas sandalias hechas de un material desconocido que brillaban intensamente, su figura se transformó después de llegar como hermosos rayos luminosos. Traía consigo una gran piedra, ésta era de un material extraño, era de color blanco lechoso, en los bordes tenía hilos de plata y dibujos de naves extrañas y seres parecidos a ellos, pero más altos, mucho más.

Ixtazú, se asustó ante tal visión, todos trataron de esconderse, eran temerosos ante lo desconocido.  En eso, el hermoso joven, se acerca a la bella Ixtazú y le dice. . ..  ¡Dame ese niño!  No. . ..  Por favor. . ..  ¡No me quites a mi niño!  El joven solo le dice. Tienes que dármelo. . . Por favor, solo vine por él.

Pero....  ¿Por qué? Le pregunta Ixtazú.  ¿Quieren que siga la vida en este mundo verdad?  ¡Claro. . .contestan todos! Para esto, la mayoría de las gentes estaban observándolo todo y su admiración era grande, pues a su alrededor sólo había lluvia, truenos, temblores, amenazas de muerte que se dejaban sentir por el aire frío y húmedo que calaba sus huesos. Sin embargo, el estar cerca de esa cueva donde había un hermoso resplandor y el hombre misterioso que cayó del cielo, se sentía una paz inmensa, un renacer de vida.

Ixtazú lloraba amargamente, el brujo Coatepectzin se acerca a ella y le arrebata el bebé, ante la desesperación de Ixtazú. ¡No...! Por favor. . . ¡No! ¡Mi niño, decía mi niño!!! ¡¡Regrésenme a mi hijito!!  El hombre extraño, tomó al niño en sus brazos, depositó la roca plateada que traía, en un Montículo que encontró. Depositó suavemente al bebé que lloraba fuertemente; la gente lo seguía, la madre de Ixtazú se aferraba a las ropas de ese hombre suplicándole, le regresara a su nieto.

El joven no hacía caso. Puso al niño sobre la hermosa roca y exigió silencio, la lluvia empapaba al bebé que más lloraba. El levantó su rostro al cielo y ante la sorpresa de todos, descendió una potente luz, como un rayo disparado desde el cielo, la luz, era brillante, dorada y divina, la lluvia cesó, dejó de temblar, la luz se dirigía directamente al bebé.

Todos estaban sorprendidos, nadie se movía y veían lo que ocurría con temor y a la vez sorpresa, algo nunca antes visto. El potente rayo de luz envolvió al pequeñito y lo fue subiendo hasta desaparecer en el infinito.

Mientras los gritos de dolor de Ixtazú resonaban por toda la tierra estremeciéndose de dolor; al ver desaparecer a su hijo. El joven voltea hacia ella y le dice que se acerque. Ella temblorosa y enojada, se rebela y se arroja contra de él rasguñándolo y rasgando sus ropas. El permanece impasible, solo le dice que espere. Todo estaba oscuro, el rayo de luz brillante había desaparecido junto con el bebé.

De pronto, divisan una tenue luz que pálida se asoma entre las oscuras nubes, el cielo se pinta de un rosado violáceo y azuloso verdoso, era una verdadera belleza. Conforme pasan los minutos, esa luz se hace más potente y se va formando la esperada figura del bello sol.

¡Era el Quinto Sol! Los Dioses habían pedido que el bebé de Ixtazú, subiera a las estrellas para que el Quinto Sol apareciera a alumbrar a esta tierra. Pues había decidido no volver a salir nunca más para ellos; pero al ver al pequeño recién nacido, decidió pedirlo para regalárselo a su madre, la Estrella más bella del Universo; porque amaba a los niños y de esa manera, para complacerla, había enviado a ese hermoso joven, que era el Mensajero de los Dioses del Cielo, para recoger al pequeño.

Todos abrazaban a Ixtazú agradecidos, pero a ella nada la consolaba, el sol brillaba en todo su esplendor, las aves cantaban volando de flor en flor, los árboles se mecían con el viento cálido entonando canciones de alegría, pero para ella, todo era tristeza, había perdido a su amado hijo, nada la consolaba. El brujo Coatepectzin le dice. . . Deberías estar orgullosa de que tu hijo haya sido escogido por los Dioses del Cielo. . . Eso es un gran Privilegio, ella solo le dice. . . . Que tal que se hubiesen llevado a un hijo o nieto suyo a ver si sentía lo mismo. ¡El dolor nadie me lo quitará nunca. . . nunca!

El joven divino Mensajero de los Dioses se conduele de ella, alza sus brazos al cielo, y en ese momento, desciende sobre él un rayo enorme de luz brillante y divina, atrae hacia sí a Ixtazú, la abraza y ascienden al cielo, ante la admiración de todos.

Se van yendo entre rayos dorados y plateados y en la roca de plata que había traído el mensajero de los Dioses, se empieza a formar una figura brillante. Como si alguien estuviese esculpiendo con la luz las figuras.  Va apareciendo en el dibujo, El Hermoso Quinto Sol, que brilla esplendorosamente. . .  A su lado, las figuras abrazadas del joven Mensajero de Los Dioses del Cielo y la Bella Ixtazú, en un gran abrazo lleno de amor y ternura, pues los jóvenes en la figura, se miran a los ojos y sonríen. 

La gente toma la hermosa piedra revestida de platas y con esas bellas figuras grabadas en su esencia y la llevan a un altar, para adorarla y narrar a las generaciones posteriores la historia del Nacimiento del Quinto Sol.

Y colorín colorado, este cuento, se ha terminado.

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