Tepic, Nayarit, lunes 18 de marzo de 2024

¿Y dónde está la política?

Marco Vinicio Jaime

07 de marzo de 2015

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) en voz de su dirigencia nacional, reconoció recientemente lo que se ha vuelto palpable con mayor intensidad de un cierto tiempo a nuestros días: tal situación preocupante que tiene que ver con el marcado cansancio colectivo hacia la evidente degeneración del ejercicio político y su consecuente efecto en la administración gubernamental.

Así, no extraña la convulsión social que se esparce por doquier y que alienta al mismo tiempo, el descrédito –también reconocido por el Ejecutivo Federal mismo- hacia las instituciones. Ello como resultado en gran medida de la evidente ausencia de oficio político para hacer política, no politiquería, y en lo subsiguiente adaptarse a los cambios contemporáneos, dejando atrás las viejas recetas de la simulación y la verticalidad en la conducción de los asuntos públicos, y dar paso a un elemental sentido de justicia, de legalidad y de búsqueda constante del bien común, ya no particular, que pueda a su vez garantizar siquiera los satisfactores elementales en aras de un Índice de Desarrollo Humano aceptable, que vale decir, en su reciente medición por parte del organismo ex profeso dependiente de la ONU, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, consideró a la Entidad con “focos rojos”, de entre otras latitudes con características similares.  

En consecuencia, la preocupación del partido tricolor tiene sustento, y hace bien en encarar la verdad, que es la única vía de empezar a generar soluciones de fondo, de lo contrario, el triunfalismo será sendero directo de la debacle. Pues en las condiciones antedichas no podría esperarse mayor resultado, que una vorágine anárquica en la que la pelea por el poder se ha trasladado al escándalo y la frivolidad, toda vez que al no haber liderazgos ni dirección diestra, solo restas, ilegalidad farisaica (de “ver la paja en el ojo ajeno”), incomunicación, lucro de las necesidades apremiantes, altercados y divisiones, hasta por parte de propios correligionarios en las provincias, surge lo del dicho popular: “a río revuelto, ganancia de pescadores”;  ya que no alcanzan a dar cuenta por la necedad apolítica que les impregna, que son ellos mismos quienes han abierto la puerta a una desbocada carrera por obtener el aplauso fácil a cambio de dar lo que se pide, de ese tan cuestionado reparto de migajas que no atiende la raíz de los problemas, contra lo que realmente se requiere en pro de la urgente renovación del tejido social, y así, ¿de cuánto valor es el “rasgueo” de vestiduras?;además, en una sociedad con severos problemas de índole moral y cultural, mayor disolución, farra y diversión sin tregua como respuesta -todo con claros tintes electoreros-, no es buen camino, ni siquiera para asegurarlo en cuantía sufragante, porque la migaja es temporal.

En este marco, se acercan pues las elecciones con quizá mayores dificultades que en cualquier otro período en términos de la propia comunicación –que brilla por su inexistencia- y de consecuente impacto anímico en la ciudadanía, luego que ésta ha demostrado con creces, justo es decirlo, y lo seguirá demostrando, saber mucho más de lo que no pocos desfasados mercaderes de la publicidad electorera creen, en su erróneo absolutismo de los monólogos fantasiosos del "todo está muy bien, en todos", que enfrentan de conformidad, serias dificultades para descubrir que sin la mínima dosis de congruencia y transversalidad no es posible publicitar y sostener lo que no existe, y menos lograr una indispensable identificación con las causas ciudadanas. Y así, cuando se carece de oficio (del saber dar para recibir), de paciencia, de tolerancia, de justicia y de un profundo respeto por el Estado de Derecho, para tener autoridad moral de hacer cumplir la Constitución, no hay mayor respuesta que la decepción colectiva: cuando se deja de creer –que es el más severo de los juicios- y empieza una sucesión de reveces que ponen cada vez más al descubierto la inevitable caída de un régimen que no supo entender su tiempo y circunstancias. Por lo tanto, surge la pregunta: ¿y dónde está la política? ¿Acaso se perdió en definitiva? La política es para los políticos, y si no la hay, el escenario correspondiente no dista de lo que estamos atestiguando. ¿Podrá cambiar? Ya lo veremos.

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