Tepic, Nayarit, sábado 03 de mayo de 2025

Besos que matan

Amado Nervo

28 de Febrero de 2025

- ¡Eso es imposible!

- ¡Eso no puede ser!

- Escuchadme os convenceréis de que hay besos que matan –dijo Luis. Y después de aspirar con delicia el humo de su habano, habló así:

- Una noche, Felipe, mi compañero de habitación, amigo de la infancia, llegó muy taciturno a su cuarto.

- ¿Qué te pasa?  –le pregunté con interés.

- Algo muy raro me ha pasado hoy –contestó-; algo que reviste la forma de remordimiento y del goce, de la pasión y de la tristeza.

- No te comprendo…

- Me explicaré. ¿Tú conoces a Lola, esa niña bellísima, pura como un ángel, a quien amo hace un año?

- Sí, prosigue.

- Bien. Como te he contado, Lola es tan casta, tan pudorosa, sin conocerlo ella misma, que yo comprendo lo exquisito de su delicadeza, yo que la adoro, jamás me había atrevido a estampar en su mano tan blanca un beso respetuoso.

Pues bien, hoy, mientras hablábamos, estaba tan hermosa, con su pelo suelto y húmedo aún por el reciente baño, con su rostro lleno de vivos colores, con sus brillantes pupilas, con su sencillo vestido de casa, que empecé a sentir algo que nunca había sentido: un deseo, vago al principio, pero que después se hizo imperioso, de poner mis labios ardientes en aquellos labios frescos y rosados que me mostraban la purísima sonrisa de los ángeles.

Fue en vano que luchara con ese deseo avasallador; no podía contenerme, y en un momento de pasión irresistible le dije, mirándole extasiado:

-Lola, tú me amas y yo te adoro, y sin embargo, nunca una caricia ha venido a sellar el hermoso pacto de nuestros corazones.

Dime, ¿me permites darte en los labios un beso, sólo uno?

Lola se estremeció de pies a cabeza. Todo lo misterioso de los de los rubores de aquella alma, todo lo virginal de aquella pureza de ángel, se agolpó a su rostro, tomando forma en el color de fresa con que se tiñeron sus mejillas, de una manera que parecía iban a manar sangre… y nada contestó.

Yo no debía haber pasado de ahí… Yo debía haber respetado la casta delicadez de aquella sensitiva de los jardines de Dios.

Pero el deseo, aquel deseo irresistible que aquella noche se había apoderado de mí, se agitaba furiosamente en el fondo de mi alma; así es que repetí con voz suplicante:

- ¡Uno, nada más que uno!...

Lola dejó oír un sollozo ahogado y yo sentí que la mano que me había abandonado, ardía entre las mías con el fuego voraz de la calentura. Loco de mí, que lejos de ceder entonces en mi triste empeño, y comprendiendo la terrible lucha que el pudor y la ternura sostenían en aquella alma, exclamé con todo el arrebato de la pasión:

- ¡Lola, tú no me amas, tú no me amas, y yo me voy!...

La pobre niña retuvo entonces mi mano entre las suyas, me dirigió una mirada en que se advertía la vaguedad de la fiebre, y con un movimiento lento y lleno de angustia acercó sus labios a los míos…

¡Ay, aquellos labios estaban fríos, fríos como la muerte! Aquel beso me pareció el beso de un cadáver.

Apenas acababa de unir mi boca a su boca, y ya sentía en el alma el arrepentimiento y el disgusto de haber hecho una profanación. Y tanta fue al fin la pena que se apoderó de mi alma. Al comprender la inmensidad del sacrificio de aquel ángel, que caí a sus pies de rodillas, pidiéndole perdón.

Ella entonces, fijando en mí una mirada tristísima, me dijo con voz muy débil, pero llena de dulces inflexiones:

- ¡Vete… me siento mal!

Y me vine, lleno de remordimientos… de no sé qué. Yo he hecho mal, Luis. ¿Verdad que he hecho muy mal? ¡Yo no voy a dormir tranquilo hasta tanto que esa mujer adorada no me perdone!...

El pobre Felipe daba compasión, iba y venía a lo largo de la pieza, murmurando no sé qué. De pronto se detuvo y le dijo con voz sombría:

-Mira, Luis. ¡Tengo el presentimiento de que mi beso la va a matar!

- ¡Bah, hombre, no seas tonto! –le dije procurando tranquilizarlo-. Esa niña siente hoy su primer amor. Y pudorosa y delicada como un ángel, es natural…

- No lo creas –profirió Felipe, meneando tristemente la cabeza- ¡Ese beso la va a matar!...

Aquella noche no durmió Felipe. Al otro día, a eso de las diez (hora en que los dos amantes solían verse) acompañé a mi amigo a casa de Lola. En vano permanecimos ahí dos horas. Lola no se dejó ver.

Por fin salió una criada, y Felipe se dirigió a hablarle. Cuando volvió estaba pálido como la muerte.

- ¿Qué pasa? -le dije alarmado.

-Lola tiene fiebre –pudo apenas responder.

Yo me estremecí de miedo….

La enfermedad de Lola se fue agravando, agravando, y tres días después murió a consecuencia de una fiebre cerebral, según dijeron los médicos.

Cuando Felipe lo supo, no hizo ninguna manifestación de sentimiento. Desde aquel día, no volvió a hablar una sola palabra. Poco después enfermó del corazón y los médicos le recetaron un viaje…

Su anciano padre, a quien yo había escrito, vino por él y le obligó a salir de la ciudad. Yo los acompañé hasta la casa de diligencias. Felipe no hablaba una palabra. Pero antes de subir al coche, me abrazó con efusión y me dijo al oído con sentencioso acento:

-¡Hay besos que matan!

- Ahora no lo creáis si no queréis –dijo Luis terminando su narración; pero no por eso será menos cierto…

Todos quedamos en silencio.












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