Tepic, Nayarit, martes 16 de abril de 2024

Segunda oportunidad

Oscar González Bonilla

10 de Junio de 2022

La presencia de la pandemia del coronavirus el último mes de 2019 en México, con mayor singularidad en Nayarit, nuestro solar natío, provocó que durante más de dos años dejara de asistir con el médico familiar de la clínica 25 del Instituto Mexicano del Seguro Social con sede en la capital de la entidad.
Poco antes de este acontecimiento solicité el cambio de consultorio (del 8 al 10) porque se encadenaron una serie de sucesos. Primero, un buen día me presenté ante la doctora familiar para que me autorizara la entrega de un medicamento. En el edificio estaba suspendido el servicio eléctrico, por consecuencia el equipo computacional estaba fuera de funciones. La falta de energía eléctrica era por primera vez en los años de derechohabiente, que dio comienzo en 1973 como reportero del periódico Diario del Pacífico.
Fue entonces el registro de una ríspida situación en el consultorio 8 entre la médica familiar y paciente. Iniciada la consulta, la doctora recibió una llamada a su teléfono celular que contestó luego de esculcar en bolsa hasta encontrar manualmente el aparato. Terminó. Y enseguida me hizo saber no tendría acceso a mi archivo electrónico toda vez que la computadora no funcionaba.
Luego me exigió la receta de la consulta anterior, algo para mí inusual. No la traigo, le dije. Pues debe traerla, replicó. Manifesté que me interesaba sobremanera un medicamento, pero no supe dar el nombre cuando me lo pidió. Llame a su casa para que se lo digan, me sugirió.
En ese instante abandonó el consultorio, por cierto, la doctora consulta a puerta abierta. Enseguida regreso, señaló. Llamé y me contestó mi hijo. En menos de un minuto tenía en mi celular la foto de la caja del medicamento (Someral/Alfa cetoanálogos de aminoácidos). Ella tardó alrededor de quince a veinte minutos en volver. Con base en la fotografía y datos de derechohabiente en la tarjeta, se puso de inmediato a elaborar la receta, pero en ese momento entra llamada a mi celular. Contesto a un compañero periodista, ya fallecido (Francisco Cruz Angulo). La doctora me reprochó haber atendido la llamada, cuando ella hizo lo propio.
Como lo estoy haciendo ahora, de aquella malhadada ocasión realicé una especie de crónica de lo ocurrido y la hice pública en mi página digital y en Facebook. Expresé que es agrio el comportamiento de la doctora, que su profesionalismo está muy alejado de la candidez que pregona la institución.
Días recientes de lo aquello acontecido, acudí al establecimiento que en venta tiene comida china, mismo que se ubica en Tepic por la calle Veracruz entre Zapata e Hidalgo, sitio de ascenso y descenso de vehículos del servicio de transporte público. Cuando salía paquete en mano, hicieron su entrada mis amigos Octavio Campa Bonilla y Arturo Jiménez Soriano.
Ya en la calle Veracruz, camino a mi casa, distraído en acomodar dentro de la bolsa envases con sazonador líquido para evitar se tiren, a corta distancia un joven acompañado de una mujer me espetó algo que no logré escuchar, puesto que estoy más sordo que una tapia. Sin detener el paso, el muchacho replicó cuando me llevé la mano a la oreja en señal de no escuchar. La mujer lo jaló del brazo y sin frenar su andar, echada la mirada hacia atrás, el chavo asumía una actitud retadora.
Llegaron a la esquina de la acera en Veracruz e Hidalgo. El joven se apartó de la mujer, al parecer entró en uno de los negocios de la zona. Muy quitado de la pena crucé la calle rumbo a la Plaza Principal, y en ese momento pude observar el rostro de la mujer. Se me hizo cara conocida. Sin mucho pensar, me di cuenta enseguida que era la doctora Silvia Chacón Sánchez. Fue entonces que agarré la onda: me “cuchileó” al que considero es su hijo. Seguramente me mentó la madre. Por no escuchar me salvé que me metiera una putiza. Reflexioné que, si me hubiera violentado, corro en el acto a pedir auxilio de mis amigos Octavio y Arturo. Por fortuna nada ocurrió.
Luego entonces vinieron los días de pandemia. Durante meses me encerré en mi propia casa. Ante mi sordera, me refugié en el silencio. Y así pasaron los años. Pero los primeros meses del actual 2022 hice el propósito de ir a consulta en el 10 de la clínica 25, cerca del paseo de La Loma. Deseaba conocer al médico del nuevo consultorio (cuando promoví el cambio de consultorio, personal del IMSS me hizo saber que se trataba de un varón). Iré a conocerlo, pero debo decir que mal me aqueja, cuando es que nada me dolía.
Pretexté pérdida de equilibrio. En razón que me sometieron a cirugía para extirparme un tumor en la cabeza, a consecuencia de lo cual perdí audición total en el oído derecho.
Saqué cita para consulta. Cuando me correspondió el turno pasé al interior del consultorio 10. Mi sorpresa fue encontrar a una joven mujer, doctora titular del mencionado consultorio. En la entrevista, indiqué mi temor por la falta de equilibrio y con énfasis destaqué mi recelo de morir a consecuencia de una caída y golpe en la cabeza, como así murieron mis amigos Manuel Valdez, Francisco Cruz Angulo y Juventino Álvarez Godoy. Ordenó estudios de laboratorio y demandó cita en Audiología
El asunto es que este viernes 3 de junio se hizo realidad mi desconfianza. Al bajar de la combi que cubre la ruta avenida México, de norte a sur de la ciudad, en la banqueta caí sobre el lado izquierdo de mi cuerpo con golpe en la cabeza que me mantuvo como diez minutos sin conocimiento. Fui atendido por socorristas de la Cruz Roja. Pero además mi agradecimiento a Larixa Michel Martínez Guerrero (también viajera de la combi) quien en todo tiempo del percance estuvo atenta de que recibiera la debida atención. Y enseguida mi familia me trasladó al hogar, dulce hogar.
He tenido tiempo suficiente para reflexionar. Debo ser más cuidadoso de mi andar por las calles de la ciudad. Viajar en transporte seguro y evitar el consumo de bebidas alcohólicas. No morí por golpe en la cabeza, pero se me ha dado una segunda oportunidad y la voy a aprovechar.

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