Tepic, Nayarit, miércoles 03 de diciembre de 2025

La vida después de Los Pinos

José Elías Romero Apis

06 de Junio de 2025

José Elías Romero Apis reflexiona sobre cómo los expresidentes añoran el poder. Analiza casos como el de Miguel Alemán Valdés, quien, a diferencia de la mayoría, supo adecuarse al cambio

A manera de prefacio

He pedido prestado el título de la obra más importante de John Milton porque me sirve para bautizar la situación existencial en la que suelen encontrarse aquellos que, en su pasado, detentaron el máximo poder político de sus naciones. Esto no es, desde luego, exclusivo de México. Así lo vivieron Charles De Gaulle, Winston Churchill o Richard Nixon. Y no me cabe duda de que así lo hubieran vivido aquellos presidentes que más gozaron del poder y que el destino les evitó el acíbar del desierto final. Me refiero a Abraham Lincoln, a Franklin Roosevelt y a John F. Kennedy.  No abordo este tema por primera ocasión. Hace algún tiempo, el director de Excélsior, Pascal Beltrán del Río, me encargó un artículo especial sobre los expresidentes mexicanos. La idea me entusiasmó de inmediato. Acepté la encomienda y lo escrito por mi pluma fue publicado en una serie los días 28, 29 y 30 de octubre de 2012, bajo el título de Teoremas y anécdotas del poder perdido. Así lo llamé porque había convenido con la Dirección que su contenido sería una mezcla reflexiva y anecdótica.

La bondad que le mostraron los lectores nos animó a confeccionar este artículo secuencial donde ahondáramos en lo dicho en ese entonces. Es por eso que, como en las series televisivas, para facilitar la comprensión de este actual reinserto algunas ideas básicas de aquel primero.

Aprovecho para reiterar mi inquietud de que mis palabras pudieran incomodar a los expresidentes que aún viven o a los familiares de los ya ausentes. Nada más alejado de mis intenciones. Tengo respeto, afecto y hasta agradecimiento por Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, Luis Echeverría, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. A los demás, ni yo ni mi familia tenemos nada personal que reprocharles.  Así que ¡aquí vamos!

Para comenzar, recuerdo que alguien, con ingenio, ha bautizado con el nombre de “post imperium” a este padecimiento de la clase política que bien podría ser traducido como la “enfermedad del poder perdido”. Es una patología que, en mucho, puede ser comparada con una discapacidad sicosomática. Digo que es una disfunción síquica porque el enfermo es más imaginario que real. En verdad no está disminuido, pero él se siente lisiado, baldado y tullido.

Lo anterior encuentra una narración muy ejemplificativa en la novela de Luis Spota El primer día, que es el cuarto volumen de su famosa saga La costumbre del poder. La novela que refiero es el relato de la vida de un presidente el día que entregó el poder a su sucesor. Su desalineación consiste en que se da cuenta de que sus “amigos” ahora están buscando la cercanía con el nuevo mandatario. Que su escolta ahora es mínima e inferior. Que, incluso, ya no funcionan sus teléfonos de la “red-presidencial”.

El tema central es que, al regresar a su condición de normalidad, este expresidente la siente como una condición de inferioridad. Que, para él, quienes no son presidentes le resultan inferiores y ése es su primer día de la inferioridad insoportable en la que vivirá el resto de su vida.

Ya fuera de la novela, por si fuera poco, es usual que los expresidentes tengan que soportar los ataques de sus exgobernados, en ocasiones justificados y otras más tan solo injustos. Esto es paradójico. Por una parte, la incomodidad de cargar con un bagaje que acarrea críticas, chistes, calumnias, injurias y bajezas, mientras, por otra parte, añorar ese status que lo ha llevado a ser mal visto por los suyos.  

Esto me recuerda una frase, referida desde luego a un amorío y no a una presidencia, contenida en aquel famoso tango escrito por Carlos Gardel, en 1934, titulado Cuesta abajo, interpretado por muchos grandes artistas de este género musical. 
Si arrastré por este mundo

la vergüenza de haber sido

y el dolor de ya no ser.”

En efecto, incómodo haber sido e incómodo ya no ser.

Por el enorme depósito de poder, ha dicho Giuseppe Amara que “la Presidencia no está diseñada para la salud mental”. Sin embargo, alguna deidad nos ha visto con misericordia porque hasta ahora nos damos cabal cuenta de que, si bien algunos de nuestros presidentes tuvieron sus excentricidades o sus locuacidades, ninguno le imprimió al ejercicio de su descomunal poder ni las retorceduras de la locura ni las penumbras de la maldad ni los tintes de la crueldad. Con que uno solo de ellos, tan solo uno, se hubiere extraviado era suficiente para que el país entero se hubiere tiranizado o ensangrentado o fracturado.

En fin, el campo de observación de estas notas abarca lo que es la actual era constitucional mexicana. La que se ha dado bajo la regencia de la actual Constitución de 1917, con sus más de cien años de vigencia. En ese tiempo han gobernado 21 presidentes. Aquí omitimos a Venustiano Carranza porque nunca fue expresidente, toda vez que fue asesinado todavía en ejercicio de la Presidencia. A Felipe Calderón, porque los apenas 14 meses de su post imperium no permiten, aún, una observación ni una valoración de su situación existencial. Y a Enrique Peña Nieto, quien está iniciando apenas su mandato y no sabemos si tiene el temperamento previsor de ir acomodando su futuro.

Así que veremos de Álvaro Obregón a Vicente Fox. En ellas hubo expresidencias que, arbitrariamente, he llamado largas porque han durado por lo menos tres sexenios, y cortas a las que no llegaron a esos 18 años. Por cierto, que es muy pareja la numeralia en este aspecto. De esas 18 expresidencias, diez fueron largas y ocho fueron o aún son cortas, aunque las de Zedillo y Fox, hoy todavía entre las cortas, prometen largueza. La razón es muy sencilla. Casi todos los presidentes mexicanos fueron gobernantes muy jóvenes. De los que se ocupa esta nota, sólo cinco de ellos rebasaban los 50 años de edad cuando se inició su gestión presidencial.

La expresidencia más larga fue la de Emilio Portes Gil, que duró casi medio siglo. Le sigue Luis Echeverría, quien ya cumplió 38 años fuera de Los Pinos. Y Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán alcanzaron los 30 años expresidenciales. Por el contrario, las hubo tan breves como la de Adolfo López Mateos, que no llegó a los cinco años, Gustavo Díaz Ordaz con ocho años y Manuel Ávila Camacho con nueve años. No cuento en esto los cuatro años expresidenciales de Álvaro Obregón por las razones que expongo más adelante.

Dejando a un lado el tiempo, hubo expresidencias muy interesantes y las hubo muy aburridas. Algunas muy vigorosas y otras muy frágiles. Algunas hasta atractivas, pero otras casi lastimosas. Hubo algunas muy raras y atípicas. Acerquémonos a ellas para verlas con mayor detalle.

Las atípicas expresidencias de Álvaro Obregón y de Plutarco Elías Calles

Cuesta mucho trabajo imaginar a Álvaro Obregón como ex presidente. La razón estriba en que, desde el primer día en que terminó su mandato y entregó el poder, se convirtió en candidato para la siguiente elección. Quizá por eso nunca sufrió las tristezas de la melancolía, sino que gozó las alegrías de la esperanza. No se encerró ni se aisló. Por el contrario, como todo aspirante, se conectó con todos y en todas partes. Poco pensaba en su concluido periodo 20-24 sino que imaginaba su periodo 28-32 y los que le seguirían.

Porque Obregón y Calles, los dos hombres más fuertes del país, habían hecho un arreglo que repartiría el destino nacional. Se alternarían indefinidamente en la Presidencia de la República. La historia ha abundado mucho en esto y no es nuestro tema. Lo sintetizo en un famoso corrido, de esos que tratan de registrar los sucesos históricos de una época. En una parte decía así: 
Obregón le dijo a Calles:

‘para el bien de la Nación

se alternarán los compadres’.

Y ellos son los generales

Elías Calles y Obregón.

Y si se opone un cabrón

se irá a vivir al panteón.

¡Viva la Revolución!

¡Viva la Constitución!

¡Sufragio efectivo, no reelección!

Firman: Calles y Obregón 
Sin embargo, vale la pena reflexionar en algo. A pesar de su amistad personal, de su sociedad política y de su reparto nacional, ambos fueron respetuosos de su investidura. Durante la Presidencia-Calles, Álvaro Obregón se retrajo de los intereses presidenciales. No intervino, no asesoró, no insinuó. Incluso, retiró a los suyos para que Calles dispusiera de todas las posiciones de gobierno, no obstante que muchos callistas no le simpatizaban ni a todos ellos les gustaba Obregón.

Creo que en eso fueron particularmente cuidadosos. La razón la encuentro, precisamente, en la amistad. Cuando uno trabaja gubernamentalmente o se asocia políticamente con amigos debemos conducirnos con mayor esmero que con cualquier otro. Un error en el tacto, en la precisión o en la oportunidad no arriesga nada más nuestra “chamba” o nuestro “arreglo”. Arriesga algo mucho más valioso que aquello. Arriesga una amistad. El buen político trata a sus amigos como el buen cortador trata a las joyas. La trabaja para que incremente su valor. Pero sabe que un error la puede pulverizar.

Así fue Obregón como expresidente y, al mismo tiempo, candidato. La voz popular no podía ser más explícita. Sin embargo, el hombre propone, pero no siempre dispone. La pistola de José de León Toral consagró y consolidó el lema de la Revolución mexicana: No reelección. Pero, también, en ocasiones he pensado sí, aun sin Toral, ¿la planeada alternancia hubiera sobrevivido? Tengo mis dudas. Trataré de explicarme con el mayor respeto, ante una personal hipótesis imaginaria.

09/02/2014  

Continuará 

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