Tepic, Nayarit, miércoles 03 de diciembre de 2025

La vida después de Los Pinos

José Elías Romero Apis

07 de Junio de 2025

Yo soy de los que creo, y hay muchos que me acompañan en esta creencia, que Álvaro Obregón era insaciable de poder y era insaciable de sangre. Le gustaba mandar y le gustaba matar. Ambos ejercicios no los hacía por obligación ineludible sino, además, por placer insustituible. Tarde o temprano, y yo creo que temprano, hubiera matado a Calles. Estoy seguro que, en esto, no me contradirían Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Francisco Serrano y otros 50 jefes revolucionarios asesinados por orden de Álvaro Obregón, ese “Aquiles mexicano” que nunca fue derrotado ni en la política ni en la guerra.

Ya que hablamos de expresidentes, aquí aprovecho para mencionar a Adolfo de la Huerta, inicialmente asociado de Obregón y Calles. Los tres, suscriptores del Plan de Agua Prieta mediante el cual desconocieron a Venustiano Carranza y lo llevaron a la muerte. En ese 1920, Adolfo de la Huerta se convirtió en Presidente provisional. Convocó a elecciones donde triunfó Obregón para el periodo 20-24, en el que lo invitaron como secretario de Hacienda y se le adivinaba como contrincante de Calles en la elección del 24. Pero “los compadres” no lo dejaron llegar. Alegaron que “ya le había tocado” y ahora el turno era de los otros dos. No lo mataron, pero lo excluyeron y lo exiliaron.

Fue a parar a California, donde vivió en la pobreza y se mantuvo dando clases de música y canto, sus materias como maestro rural que fue antes de la Revolución. Por cierto, dato curioso, en el exilio compuso la famosa canción Sonora querida”, bello canto de melancolía y añoranza que todavía inflama el espíritu de los sonorenses y el disfrute de quienes no lo somos.

Ya muerto Obregón y exiliado Calles, Lázaro Cárdenas le permitió el regreso. Se incorporó a algunos empleos públicos. Fue una expresidencia que duró 35 años por tan solo seis meses de mandato. Tuvo pobrezas, tristezas, recompensas y hasta investiduras. La llevó con dignidad y con respeto.

Junto con la de Obregón, la ex presidencia más atípica fue la de Plutarco Elías Calles. Paradójicamente, ella fue la más poderosa y la más débil de nuestra historia. Explico ese contraste de los dos extremos más distantes.

A la muerte de Obregón, Calles queda como el único “hombre fuerte” de la escena política mexicana. No buscó la prórroga de su mandato ante la ausencia del Presidente electo. Pero tampoco abandonó el poder. Como único “dueño-de-México” inventó un ingenioso enjuague. Asumió el título político honorario de Jefe Máximo de la Revolución Mexicana, creado solamente para él. Con ello, dispuso de todas las fichas del tablero. Puso cuatro presidentes de manera consecutiva, desde luego con todo y sus gabinetes. A tres de ellos los quitó cuando quiso. La voz popular, casi siempre cáustica, los bautizó como Pelele I, II, III y IV, respectivamente. Lo mismo hacía con generales, senadores, diputados, gobernadores y alcaldes.

Por derivación del nombre de su investidura, ese periodo histórico mexicano se conoce como “El Maximato”. De esa manera, detentó la expresidencia más poderosa que haya habido, durante los siete años que van desde 1928, en que terminó su mandato constitucional, hasta 1935 en que la suerte le jugó un mal pase.

En ese año, Lázaro Cárdenas ya no quiso ser Pelele IV. Rompió con él, lo hizo abandonar el país, destituyó a sus empleados, tomó sus propias decisiones e hizo su personal gobierno. Este tiempo, que va de 1935 hasta 1942, fueron los siete años de la presidencia más débil de la historia. Después regresa por un acuerdo presidencial de unidad revolucionaria y tres años después muere casi en soledad, sumando 17 años de expresidencia. Hoy reposa en el imponente Monumento de la Revolución, pero, durante más de 30 años, durmió modestamente en una tumba del Panteón Civil de Dolores.

LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS DE ESTOS SUCESOS

Todo esto tuvo consecuencias en la vida política que proseguiría. Hay muchas prácticas crueles en el sistema y en el estilo político mexicano. Pero me atrevo a creer que la más despiadada consiste en la condición a la que son sometidos los expresidentes. El asunto comienza en el episodio histórico que acabamos de leer. El Maximato fue repudiado y, en consecuencia, coherente, se inauguró una era en la que el expresidente debiera ser una fantasma sin poder, sin amigos, sin partido, sin voz, sin grupo y sin tema.

Esto llegó a ser puntualmente respetado durante el resto de la primera era presidencial priista. Pero debe tenerse en cuenta que era una regla del sistema y no una perturbación de la ingratitud del nuevo Presidente para con su antecesor. Si él mismo no quería someterse porque así se lo dictaban el corazón o la hombría, el propio sistema se lo demandaba de manera exigente.

Creo que Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari fueron particularmente amables y considerados con sus antecesores. Pero, cuando fue notoria su amabilidad, la clase política se inquietaba y pedía un cambio de rumbo en el estilo y en el comedimento del Presidente en turno.

Salinas de Gortari tuvo mucho cuidado con algo que preocupaba a Miguel de la Madrid. Éste había sido un perseguidor tenaz contra los amigos íntimos de López Portillo. Había encarcelado a Díaz Serrano, a Durazo y a otros más. De tal suerte que don Miguel llegó a su final presidencial con el temor de sufrir lo mismo, máxime que muchos de sus amigos estaban enemistados con Salinas.

Éste resolvió los posibles insomnios de su antecesor con una finura insuperable. Designó como Procurador de la República a un cercano amigo de De la Madrid. Le encargó que estuviera pendiente de él. Que lo visitara una vez por semana. Que comiera con él cuantas veces quisiera el expresidente. Y que, si se le contraponían las citas que tenía con De la Madrid con las que tenía con el Presidente, atendiera al expresidente y a Los Pinos le mandara un subprocurador. Pero que jamás le cancelara algo a Miguel de la Madrid. Alguna vez, don Henry tuvo que abandonar a Salinas en gira extranjera para venir a comer a la Casa del León Rojo, donde había sido requerido.

CONTINUARÁ

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