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Cuando José Emilio Pacheco…. comió cocochitas

Bernardo Macías Mora  ·  4 de junio, 2025  ·  Hace 202 días
INICIA LA FARSA

Rubicundo, jocoso, pertinaz, parlanchín, el grandote José Emilio Pacheco se empachó de cocochitas el 24 de mayo, al ofrecer la Primera Cátedra Nacional del Festival Internacional Amado Nervo. 

El legendario intelectual de Proceso tuvo que improvisar su exposición, debido a que, según él, perdió el escrito “que tenía preparado”.

AULA MAGNA, NI A TRES CUARTOS

El Aula Magna de la Universidad Autónoma de Nayarit, ese día, a las doce de la mañana y quince minutos, no pudo rebasar apenas el 75 por ciento de su cupo. Ello, a pesar de ser uno de los eventos estelares del Festival. Para ser precisos, éste tenía que ser el evento supremo, pues lo de Amado Nervo era la poesía y la crónica literaria, no la música.

Esta es una fecha calurosa y enervante de mayo. En esta tierra no nada más en el mes de mayo se habla de Amado Nervo. Es la droga de los esnobistas locales. Ha llegado el momento de no haber más que Nervo para adelante y Nervo para atrás. De las 120 personas presentes en esta charla un 95 por ciento son nervistas sin haber leído al poeta nayarita más afamado, y aún más, escuchan la plática de Pacheco, sin siquiera haber tenido noticia alguna de éste último no menos famoso letrista mexicano.

LOS ENCORVADOS

Las personas encorvadas me llaman la atención, por sus hallazgos. José Emilio Pacheco, a quien miro llegar en compañía del personal que lo trajo del hotel, es un hombre fornido, de lentes, blanco o descolorido, con señas de vivir en la lectura. Camina un poco ladeado. 

Ver a este hombre de letras impresiona a quienes lo han leído. Por su escritura sería un tipo más intelectualoide, más pretensioso, más elitista. No lo es. Pero tampoco es lo contrario, como lo sería alguien en extremo sencillo o modesto.

Dejémoslo en normal. Pantalón oscuro de lana; camisa de manga larga, azul bajito, tipo Manchester; mocasines tipo flexi; pelo entrecano, abundante, peinado convencional. 

Poco antes de entrar al pequeño foro universitario, lo ven y en chinga lo entrevistan unos de la televisión local. En especial un locutor de la televisión del estado, con sus patas bolas, rodea de nuevo a Pacheco, lo acomoda para la lente de la cámara de video, y el intelectual, que no sabe qué hacer ante tanta zalamería, solo atina a decirle al locuaz entrevistador, - ¿otra vez, maestro? -. Y es que, desde la noche anterior, durante la cena de gala en Robertos, abrumaron de preguntas al gran José Emilio.

SENCILLEZ

Me gustó que José Emilio Pacheco llegara así, sin transfigurarse. El defeño sabe que llegará a un lugar de provincia en donde no encontrará debate ni discusión. Pacheco sabe que llegará a los aplausos fáciles, a la loa ubicua, y eso le permitirá dominar a un auditorio de boca abierta. Le celebrarán todo. 

Como en todo acto soberano, le darán un mensaje de bienvenida de parte de las autoridades, lo invitarán a cortar el listón, le pondrán una cofia honoris causa, lo acompañará la flor más bella del ejido, presidirá el estrado, y le prepararán una comida típica del lugar, durante la cual le serán presentados los poetas y escritores de aquí.

Pacheco descansará del Distrito Federal. Por hoy, 24 de mayo, no tendrá discusiones de café literario. El tema de Nervo lo revisualiza otra vez un poco en el avión, y llegando a su cuarto de hotel de Tepic pedirá que le acerquen algo de material de lo que se ha escrito últimamente, no vaya a ser que alguien haya descubierto últimamente otra cosa del “cursi” poeta nayarita.

QUIZÁ NERVO YA NO SEA TAN CUR$I COMO HACE SEI$ AÑOS

Durante la víspera José Emilio Pacheco ha estado sorprendido, pero satisfecho, de que nadie en Nayarit lo haya condenado por decir que “Nervo es cursi”, como lo escribió y lo dijo hacía seis años. Con esa frase Pacheco esperaba que no lo invitaran ya jamás a esta ciudad. Como a otro intelectual, Carlos Monsiváis, a quien le pagaron por un libro sobre Amado Nervo, y “Yo te Bendigo, Vida”, el bodrio que resultó de ese cochino negocio, ha sido la obra que le bajó la jerarquía que antes tenía el cronista defeño con otras obras ensayísticas. 

Monsiváis y Pacheco pertenecen a una época de intelectos para quienes estaba prohibido hablar bien de Amado Nervo. A cambio podían alabar hasta la saciedad a Octavio Paz. Lo prueban testimonios muy acertados como el de Carmen Boullosa. Además, ni a cuál irle. 

No puede negarse que José Emilio Pacheco, (de quien no tengo la audacia para juzgarlo), perteneció a una generación de intelectuales que, en el fraccionamiento de la cultura nacional, tenían que comprar terrenos invadidos. 

EL SKECHT DEL PAYASO “PAPITO” 

José Emilio envolvió a los presentes en un sketch de vodevil, que consistió en aquel viejo cuento del payaso Papito del circo Medina Hermanos, en donde se le perdía su portafolios. 

Todo mundo andaba buscando esa maleta, incluso falsos policías no dejaban salir a la gente, hasta que el clown, tras de hacernos reír largamente, confiesa que mentiras, que no ha habido ni una maleta, ni un portafolios, ni un veliz. Así, Pacheco movilizó a la mitad de los organizadores en la búsqueda de dicho portafolios, en donde se suponía que traía la Conferencia sobre Nervo. El clímax de la pieza humorística fue cuando le llevan un celular al oído del maestro Pacheco, quien ya había empezado a improvisar su magistral y nunca bien ponderada Cátedra Nacional. Del otro lado del aparato móvil estaba la recamarera, preocupadísima, informándole al maestro que ya había revisado todo el cuarto, los cuartos vecinos, la maletería del hotel, y los carros de traslado, sin encontrar el famoso portafolios conteniendo, supónese, la Cátedra Nacional Amado Nervo. Puras mentiras.

LOS CARNEÓ

El escaso público ya estaba “bien Pacheco”. Si a José Emilio se le hubiera ocurrido en ese momento rifarles el Palacio de Bellas Artes les vende todos los boletos. Por eso, el literato los carneó. 

Carnear es un verbo que se inventó para las bromas inocentes. Generalmente se aplica al padre que les enseña los primeros engaños a sus hijos. O al revés, el niño empieza a carnear a sus padres, con mentiras piadosas. 

Pacheco carneó a los asistentes. Les pidió que mencionaran el verso más famoso en lengua castellana, y todo el auditorio, repito, todo el auditorio coreó el poema más conocido de Nervo: En Paz. Uno entre el público respondía a gritos, ... ¡Muy cerca de mi ocaso! - Otro más: … ¡El arquitecto de mi propio destino! - Una voz de mujer se enmarca y, con aires de saberlo todo, se levanta de su asiento y bastante ufana, menciona, para que todos la escuchemos: … Maestro, sin ninguna duda, la respuesta correcta es el poema En Paz. 

José Emilio Pacheco, ya adueñado del espectáculo, hace una pausa, acomoda sus lentes, cambia de glúteo en su asiento, y dice, con aire de perdonavidas, como quien trae cinco ases:

-Pues no-, les dijo. Y se sintió granizar el ambiente. 

Y Pacheco concluye: “El verso más famoso en lengua castellana es aquel de Nada es verdad, Todo es Mentira, Todo es según el color del cristal con que se Mira”.

La gente soltó un murmullo que se entendió como…. -Chiiiiiinnnnn, (la regamos, qué oso)-. Y aún más, como verificando la taradez colectiva, les vuelve a cuestionar:

- ¿De quién es ese verso, alguien me lo puede decir? -

Y el público silencio. 

El propio Pacheco, tuerto en tierra de ciegos, tuvo que aclarar: Ramón de Campoamor.

Aaaaahhhh, exclamó el auditorio.

PARECIDO CON AGUSTÍN LARA

El grandioso parecido de las estatuas de Amado Nervo con las estatuas de Agustín Lara, pudo haber sido la causa de la confusión. El director del FestiNervo es un músico tecladista de nombre José Inés. Si para el año que viene no se verifican los datos, entonces se convertirá en el Festival Musical Amado Nervo. Casi el 95 por ciento de eventos no tuvieron que ver con la poesía. A cambio, se presentaron toneladas de música, y de ésta solo un 3 por ciento de instrumentación clásica. Lo demás fue puro borlote.

EL COLMO, UN POEMA A FELIPE SEGUNDO

No debe pasar inadvertido que, entre los temas de Nervo, tratados por Pacheco, eran, entre otros, que los funerales masivos de Nervo en el Zócalo del DF, fueron un evento político del presidente Carranza; que Nervo debió obedecerse a sí mismo, cuando escribió que escogería solo unas cuantas obras de su vasta producción, lo demás era material desechable.

Pacheco quiso reivindicarse cuando toma un librito de caricaturas de Nervo, y se le ocurre proponer que este tipo de obras deben incorporarse a la educación primaria. No pocos sonreían, viendo a Pacheco forzado, afrenado, casi balbuceando sus muy atónitas palabras. Yo bien diría que de regreso en el avión pudo soltarse a carcajadas, que muy merecidas se las tenía.

El público, mientras tanto, en su mayoría empleados del comité organizador, seguía y seguía aplaudiendo. Como pingüinos.

En el colmo de la fascinación, ese día 24 de mayo, en el aula magna de la UAN, Pacheco veíase hasta incómodo de tantas atenciones. Hubo quien, creo que fue un señor González Lomelí, que, aun y cuando escuchaba que Pacheco traía severos problemas de habla, lo que lo obligaba a bajar bruscamente el volumen de su voz, tuvo la osadía de invitarlo a leer un poema de Amado Nervo.

Eso sería afuera del aula, al pie de la mole de piedras sobre de la cual reposa un busto negro de la cara de Nervo. 

Pacheco no se escuchó, puesto que allá afuera no había micrófonos. 

Durante la breve caminata del aula a la estatua, Pacheco hojearía frenéticamente un librillo que traía en las manos, lo deja abierto en cualquier página, y solo encuentra, muy a su pesar, y para ponerle colofón a su bochorno, uno de los poemas, eso sí, más cursis y aguebonados del bardo tepicense: 

XIX -

A Felipe II

Para Rafael Delgado.

Ignoro qué corriente de ascetismo,

qué relación, qué afinidad impura

enlazó tu tristura y mi tristura

y adunó tu idealismo y mi idealismo.

Más sé por intuición que un astro mismo

ha presidido nuestra noche oscura,

y que en mí como en ti libra la altura

un combate fatal con el abismo.

¡Oh, rey; eres mi rey! Hosco y sañudo

también soy; en un mar de arcano duelo

mí luminoso espíritu se pierde,

y escondo como tú, soberbio y mudo,

bajo el negro jubón de terciopelo,
 el cáncer implacable que me muerde.

Juro que Pacheco escogió este malhadado soneto al azar; pero él sabía que esa mañana, en Tepic, todo le saldría bien, mejor de lo esperado. La codorniz ya estaba en su punto. Solo había que aderezar el platillo y saborearlo al punto. Los pichoncitos de los lerdos y cursilones seudointelectuales tepicenses estaban de modo.

Pacheco se chupaba los dedos. 

Abusaste, compañero José Emilio.



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